Wednesday, December 19, 2012

RELACION DE LOS CABOS DE BAJA CALIFORNIA SUR (Uno de tres partes)


RELACIÓN DE LOS CABOS.
“Iré al gran reino de California,
la península más bella sobre la faz de la tierra”.

Fray Eugenio Kino, 1681.

 
1. Ubicación. Orígenes de los Gigantes. Los 250 años de San José del Cabo.
Los antiguos Pericués: cosmovisión. Donde cantan de amor las ballenas.

El Océano Pacífico hacia el Sur y al Este. Hacia el Oeste el Golfo de California o Mar de Cortés, Mar Bermejo o Mar Lauretano, como se le cita en las crónicas del descubrimiento. Hacia el Norte, las misiones, los desiertos de sal y arena, los viñedos dorados y olivares de plata, todo encaminado por rocas pulidas, angulosas, negras y azules, brotando como esculturas adentrándose en el mar. Los Cabos (con una superficie de 3451.51 km. cuadrados) es un microcosmo de los atractivos de la Península de Baja California, y marca donde las tierras terminan en ser tragadas por los mares, donde legendarios piratas sorprendían los galeones del reino de España y la Nao de China, esquivando las ballenas que en estas aguas celebran sus bodas monumentales en lechos de espumas. Se extienden Los Cabos desde el paralelo 23 hacia el Sur de los meridianos 109 y 115 longitud Oeste del Meridiano de Greenwich. Hasta aquí he llegado. Dos motivos me guiaron: escribir un folletín para el Fondo Nacional de Fomento de Turismo, y visitar a familiares de mi rama paterna que nunca he visto. El viaje desde la Ciudad de México sólo hace escala en Puerto Vallarta, luego de cruzar el Golfo de California aterriza en el aeropuerto de San José del Cabo, donde me esperaba una habitación en el Castel Cabo, que nunca ocupé.
   Fui recibido como en mi hogar. Mis mayores inmediatos son don Valentín Verdugo Fiol, que nació en Cabo Este, en el año de 1892; siempre en su profesión (los números) fue un fiel servidor de la administración pública: durante casi toda su vida ocupó el cargo de tesorero del Gobierno Territorial de Baja California Sur, gozando de la confianza del pueblo y las otras autoridades; el primo-hermano de mi padre se devolvió a la distancia el 4 de Octubre de 1966. Su legado incluye un archivo documental y bibliográfico que he podio consultar. También fue fundamental la biblioteca personal de doña Emilia Verdugo Galván, con quien mi abuelo nunca dejó de escribirse. Ella nació en Miraflores, el corazón de la Península, el 10 de noviembre de 1888. A los 14 años de edad comenzó a trabajar como maestra rural, desempeñándose en las escuelas de Caduaño, Santa Rosa, La Ribera, Santiago, El Ranchito y Miraflores, en algunas de las cuales fue maestra fundadora. En el tiempo de la Revolución, a pesar de que el pueblo fue tomado y se decretó zona de guerra, ella no dejó de impartir sus clases: además de las primeras letras, daba clases de manualidades y enseñaba a cultivar un huerto familiar. Se devolvió a la distancia el 28 de enero de 1974. He conocido a don Rodrigo Verdugo Cota, que fue a visitar a mi padre en Chile cuando yo era niño: don Rodrigo Verdugo nació en Cabo San Lucas el 2 de septiembre de 1909, y se le considera uno de los forjadores de Los Cabos. Conoce por experiencia la historia de la región, aportándome los datos que hacen la columna vertebral de este escrito, y presentándome a sus amigos siempre dispuestos a enriquecer la información que busqué. Don Rodrigo, un hombre fuerte y vital, es maestro de ciencias naturales, y tiene la virtud de curar mordeduras de víboras de cascabel, que suelen dejarse aparecer desde estas profundidades ocultas. Trabaja el cuero y las pieles como una entretención pero sus sillas de montar son de un maestro artesano de primera. Sin embargo, no es esto lo que le enorgullece, sino haber dado una profesión a sus cuatro hijos; Juan José y Alberto, son médicos; Yolanda es maestra y Luisa es bióloga marina, son los Verdugo, mis guías en búsquedas emprendidas en el Archivo Histórico del Gobierno del Estado de Baja California Sur, por las gentes y calles de Los Cabos. Dice el maestro Rodrigo: “En abril de este año 1980, en Los Cabos se celebraron los 250 años desde la fundación de la misión de San José del Cabo: en este tiempo Los Cabos fue testigo de sistemas coloniales, luchas de independencia e invasiones, la última a mediados del siglo XIX debido a la política de expansión de USA. Hoy los poblados ofrecen una cálida atmósfera en sus calles alumbradas por faroles de petróleo, atractiva artesanía en alhajas elaboradas con perlas y coral negro, recursos de la región, hay exposiciones ganaderas y es uno de los destinos turísticos más hermosos de México".
   La maestra Yolanda, que dicta clases de historia en escuelas de Los Cabos, nos dice: “Formada hace unos diez millones de años por los temblores de la Falla de San Andrés, la Baja California Sur es única por su formación geológica; en sus suelos, por ser de origen eruptivo, predominan los roqueríos de piedra volcánica y granítica; sin embargo, existen zonas agrícolas y palmares importantes, como las del Estero de las Palmas de San José del Cabo, con su rica vegetación y especies variadas de aves que lo hacen un santuario natural, que se puede visitar en pequeñas embarcaciones de remos o pedales. Hay una gran diversidad de lugares interesantes para ver. La región fue habitada primitivamente por la tribu de los Pericués, de quienes se han encontrado pinturas rupestres en la región de Santiago y en el Cabo Pulmo. De los Pericués sabemos muy poco pues casi no existen antecedentes fidedignos de su sociedad; algunos investigadores sostienen que se adentraron en la península desde el norte una vez que fueron vencidos sus antepasados y obligados a huir hacia el sur: al acabarse el territorio fueron prisioneros de la tierra que los había salvado. Otros sostienen que llegaron por mar procedentes de las islas Polinesias y Melanesias: apoya esta hipótesis el hecho de que muchos jeroglíficos y pinturas rupestres localizadas en Los Cabos, cuya antigüedad no ha sido establecida, tienen semejanza con otras descubiertas en las islas Salomón y Fiji. De lo más interesante que ofrece la Península está la historia de las misiones. Digamos que quien lea la Historia de la Antigua o Baja California de Clavijero, admitirá que estos misioneros pioneros, jesuitas, franciscanos y dominicos, merecen el título de héroes de la fe. Desgraciadamente su obra fue en gran parte estéril: de los veinte mil indígenas que moraban en la península antes de su conquista, solo quedaban a fines del siglo XVIII unos siete mil, entre Cucapás, Cochimís, Guaycuras, Pai-Pai, Kiliwas y Pericués, que fueron los pobladores más antiguos detectados en Los Cabos. Ellos son los autores de las pinturas rupestres, en muros de roca o piedras, algunas gigantescas, que son únicas en el mundo y ellos utilizaban como herramienta para enseñar o indicar su conocimiento: la caza de los animales grandes, la pesca de la ballena, el arribo de las tortugas y los caminos”.
   He conversado con el historiador maestro Juan Pedrín Castillo (autor, entre otras obras, de la “Monografía de San José del Cabo”), quien nos dice: “La estructura social de los primitivos habitantes Pericués era de familias de tipo polígamo, a diferencia de las otras culturas prehispánicas que había en California, que eran monogámicas. Se encontraban organizados en grupos de doscientos a trescientos individuos, agrupados por medio de lazos de parentesco entre un número reducido de familias. Las actividades productivas de los Pericués la han determinado los especialistas de acuerdo a la alimentación y medios de supervivencia establecidos con el periodo arqueológico denominado “Cultura de las Palmas”, donde se asocian los restos y los entierros cuando se rescatan piezas propias para la cacería, la pesca, la recolección y extracción de moluscos, y se estudian asociándolos con utensilios encontrados, bateas semejantes a platos grandes, tazas parecidas a sombreros de copa, huesos trabajados y redes que utilizaban para pescar y cargar leña, labor que realizaban las mujeres al igual que la recolección de alimentos menores, frutas y semillas; los hombres generalmente se dedicaban a la cacería y al cultivo de pieles. Ellos vivían entre el Cabo San Lucas y el puerto de La Paz, y también habitaban las islas de Cerralvo, Espíritu Santo y San José”.
Aunque se cree que carecían de una estructura religiosa definida, los antiguos pobladores de Los Cabos tenían una cosmología que se ha preservado por tradición oral. He sido presentado a uno de los fundadores de Cabo San Lucas, el vecino cronista don Leonardo Gastelum Villalobos, que nació el 22 de diciembre de 1916; él nos cuenta que “conocí a la última familia de Pericués, eran dos mujeres ancianas y un hombre poco menor que ellas, pescadores y al final artesanos en abulones y caracoles marinos, que vendían trabajados muy bellamente. Eran personas amables y habían aprendido algo nuestra lengua. Los Pericués mencionaban a un Gran Señor que habitaba en el cielo, la tierra y el mar al mismo tiempo. Gozaba de poder para cuanto quería y tenía por mujer a Anajicojondi, quien le había dado tres hijos sin usar de ella porque carecía de cuerpo; uno de estos llamado Cuajaip, había sido verdadero hombre y vivió en la tierra mucho tiempo para enseñar a los humanos. Fue poderoso y tuvo mucha gente bajo su mando, ya que cuando quería entraba debajo de la tierra y sacaba hombres del Reino Interior; pero un día sus gentes se le rebelaron y lo mataron poniendo en su cabeza un ruedo de espinas. Los Pericués suponían que el cielo se hallaba más poblado que la tierra; que existió en otra época una espantosa guerra provocada por un personaje llamado Tuparác o Bac, que traicionó junto con todos los suyos al supremo Niparajá, quien finalmente había quedado vencedor, por lo que después de haberle quitado a Tuparán todas las pitahayas y otros frutos deliciosos que tenía, lo arroyó del cielo con todos sus cómplices, lo recluyó en una cueva próxima al mar y creó las ballenas para que lo custodiasen y jamás lo volvieran a dejar salir. Niparajá era enemigo de la guerra y Tuparán partidario de ella, por lo que aquellos que morían flechados no iban al cielo, sino a la cueva de Tuparán. Esta creencia había dividido la sociedad de los antiguos pobladores de Los Cabos en dos grupos: los que creían en Niparajá, que eran graves, circunspectos y dóciles de razón; y los partidarios de Tuparán, que eran embusteros, inquietos y obstinados de sus errores”.
   Nos dice el maestro Leonardo que en la Península, en un siglo y medio los religiosos hispánicos acabaron con la antigua creencia y diseminaron la nueva creencia: “los Jesuitas, los Franciscanos y Dominicos establecieron cada Misión californiana venciendo no pocos obstáculos, constituyéndose en una epopeya de misioneros de convento que debieron convertirse en hombres de acción, donde no hay más espacio que para la fuerza física; debieron dejar sus rezos y desempeñar funciones de sembrador, maestro, pescador, marino, arquitecto, explorador, cartógrafo... tareas que en Los Cabos tomaron dimensiones enormes, pues, además debieron enfrentarse a la dificultad de hacer comprender a los descendientes de los Pericués otros conceptos morales, como el de la necesidad de tener una sola mujer, algo que nunca aceptaron y manifestaron en las más cruentas rebeliones que conoció la Península: existían a la llegada de los españoles poco menos de cinco mil indígenas descendientes de los Pericués, cien años después quedaban sólo 250 de ellos; el último Pericué murió en 1979. Antes de la llegada de misioneros y soldados europeos, los grupos indígenas vivían en rancherías semi estables, trasladándose libremente durante las estaciones del año, en busca de mejores sitios y de sustento. Vivían de la caza, pesca y recolección de alimentos silvestres. Entre los cambios que introdujeron los recién llegados estaba en primer plano la sedentarización. Esta implicaba la obligación de ocuparse de empresas económicas como la agricultura y la cría de ganado, tareas completamente ajenas a sus culturas. Al exterminio directo, estos cambios socioculturales introducidos alteraron la vida de los naturales, a lo que se unió la gran cantidad de enfermedades que trajeron consigo los invasores, contra las cuales sus organismos no tenían defensas, y que finalmente acabaron con la población original de Los Cabos”.
   Le pregunto si existe alguna información respecto de la lengua que hablaban los Pericués, y dice él: “Se sabe muy poco; su dialecto era distinto al de los otros grupos que habitaban en la parte norte de la Península. Las pinturas rupestres que se han encontrado en varios puntos, en paredes y piedras, cuya antigüedad no ha sido establecida, son estructuras artísticas que preservan en sus signos un sistema de escritura, que no necesita ser descifrada porque virtualmente leemos lo que representan. Así ellos enseñaban como conseguir su alimento de la tierra, el agua y el mar; dejaban pintadas sus ubicaciones y los caminos para llegar que entiende quien lee, porque estas pinturas rupestres son una escritura, única, monumental. Lo que conocemos como escritura tradicional se ha conservado por tradición oral; ellos por ejemplo nombraban “Añuitli” a San José del Cabo, y “Yenecami” a Cabo San Lucas. De sus rasgos físicos, correspondían a individuos de complexión recta, robusta, con brazos y piernas largas bien proporcionadas, que les permitía ser excelentes nadadores, pescadores y cazadores; los hombres y mujeres eran altos con un promedio de dos metros como mínimo hasta cuatro metros y medio de estatura, de acuerdo a la tradición, que supuestamente tiene como prueba restos óseos. Las enormes dimensiones de sus pinturas, en todo caso, son obra de un pueblo más bien alto”.
   Conversamos también acerca de estos originales pobladores primitivos, con otro de los fundadores, el investigador don Jesús Castro Agundez (que ha sido senador de la República por el Estado y es autor, entre otras obras notables, del “Resumen Histórico de Baja California Sur”). Él nos dijo: “Los hombres Pericués iban desnudos, usaban el pelo largo hacia atrás, adornado con perlas negras y plumas blancas, de tal manera que semejaban, vistos de lejos, como si trajeran peluca; algunos usaban bigotes y barba, desarrollándosela en forma rala. La vestimenta de las mujeres consistía en tres piezas, que estaban hechas con hilos entretejidos que sacaban de la Palma golpeándola y machacándola hasta dejarla suave. De las tres piezas, dos formaban una saya, de manera que una de ellas, la mayor, la ponían por detrás, cubriéndoles los dos lados al voltearla un poco para adelante y llegar a las rodillas o un poco más abajo. La pieza restante le cubría sus hombros hasta la cintura, como una especie de rebozo o manta. Dichas prendas estaban engasadas de hilos o cordeles trenzados, unidas las tiras unas con otras por el extremo, como flecos o deshilados que colgaban a lo largo de toda la pieza en forma muy tupida y espesa. Ellas usaban el cabello largo y suelto; en la cabeza llevaban unas redes tejidas muy finamente; en el cuello se ponían adornos hechos de figuras de nácar, caracolas de mar y perlas blancas y negras, que eran abundantes, y usaban en gargantillas y collares, cuyos remates llegaban hasta su cintura”.
   Plantea el maestro Castro Agundez que entre los Pericués los gobernantes estaban divididos en incipientes niveles jerárquicos de líderes de guerra, chamanes, hombres, adultos, mujeres, ancianos y niños: “Los líderes podían ser mujeres u hombres, los cuales tenían a su servicio a un grupo de individuos; además precedían las reuniones y fiestas. Los chamanes hacían la función de curanderos y realizaban los ritos funerarios, contaban con cierto prestigio y eran obedecidos por los otros miembros del grupo. Su exterminio fue total. Los primeros religiosos en la zona fueron los Jesuitas Eusebio Kino y Matías Goñi, que fueron designados a Baja California para acompañar al Gobernador de Sinaloa para realizar la fundación de las misiones, el 1º de abril de 1683, cuando toman posesión formal de la Bahía de la Paz, e inician la exploración para el establecimiento de la primera misión; eligieron el 5 de octubre un primer sitio en los extremos del arroyo de San Bruno. Con esta fundación se difunde el establecimiento de las misiones de la California, para lo cual se tenía que explorar y localizar un sitio conveniente que contara con agua y estuviese cerca de una ranchería o poblado; algunas de estas rancherías se transformaron en lo que se llamó “Visitas de la misión”. En su organización estas misiones se caracterizaban en que las autoridades eran nombradas por el misionero de entre los mismos habitantes del lugar; por cada población mayor eran tres autoridades: un gobernador, un capitán y un fiscal; en las comunidades más pobladas existía un “temastián” que enseñaba religión. Se tenía por costumbre que por las mañanas sus habitantes se dirigían a trabajar; los hombres se encaminaban al campo a arar y cultivar la tierra, o bien al mar a pescar, o se dedicaban a la construcción del templo o de sus casas. Las mujeres se dedicaban a hilar lana y algodón y a fabricar vestimentas. La primera misión en Los Cabos se estableció el 8 de abril de 1730, en San José, y su tarea no fue fácil ya que se enfrentaron a un clima inhóspito y naufragios en que perdieron sus abastecimientos y debieron enfrentarse a los Pericués. El primer enfrentamiento grave fue el 1º de octubre de 1734. Hacia 1748 la población de Pericués quedó reducida a sólo una sexta parte; de acuerdo a los datos de Ignacio del Río (en “Conquista y Aculturación en la California Jesuítica”) en 1763 existía en las misiones de Los Cabos de Santiago y San José un total de 261 Pericués. Hoy no existen. Ya se habían extinguido otras culturas en la Baja California Sur; el padre Kino estuvo aquí entre 1687 y 1711 y rescató un diccionario del nabe, guayacura y cochimi, todos ellos dialectos de grupos indígenas olvidados. El padre Kino, que llegó como cartógrafo y superior de la misión, había aprendido en la Universidad de Ingolstadt que la Baja California era una península, cuando en los primeros mapas de la Nueva España se la situaba como una isla. En 1703, publicó su mapa “Vía terrestre hacia la Baja California”, y corrigió de una vez el error de los cartógrafos anteriores. Al fraile “a lomo de mula” se debe este argumento, que fue una de las pruebas esgrimidas para probar la posesión histórica de Baja California cuando intentaron invadirla los norteamericanos, y aún antes cuando se la tomaron los realistas en nombre del rey de España”.
   He conversado con el maestro Felipe Ojeda Castro, autor del libro “La Revolución en Baja California Sur”, quien nos dice que “las luchas de Independencia de México escasamente alcanzan el territorio de California. Entre 1810 y 1822 sólo se siente en la Península como causa, la suspensión de pago de sueldos a la tropa, motivo que genera miseria y escasez en la región. Hasta 1822 las autoridades españolas en la Península rechazaron la Independencia de México, que sólo fue declarada el 7 de marzo de ese año en el poblado de Loreto, y jurada el 18 de marzo en San José del Cabo. Expulsados los españoles, en 1845 el gobierno norteamericano de James K. Polk declara la guerra a México: su objetivo principal era la conquista de las Californias. Debido a que en la península carecíamos de armas para defendernos, simplemente izaron la bandera norteamericana en Baja California el 28 de julio de 1847. Entre los pobladores, entonces, se dispuso la defensa haciéndoles la guerra a los invasores, y se determinó el reclutamiento y organización de un ejército con escasos elementos materiales y humanos. Tuvieron enfrentamientos heroicos pero, a pesar de que los mexicanos lucharon con osadía y coraje, no lograron el triunfo que anhelaban, hasta que llegó la noticia a la Baja California con dos meses de atraso de que el 2 de febrero de 1848 se había firmado el Tratado de Guadalupe Hidalgo, en el cual se estableció que México cedía Texas, perdiendo la franja territorial de Tamaulipas, situada entre los ríos Nueces y Bravo, asimismo los territorios de Nuevo México y de la Alta California. Desde entonces los norteamericanos han sentido especial curiosidad por la península, donde hoy conforman el mayor número de turistas que la visitan todo el año. La lejanía del centro ha alejado a la península de los hechos históricos del acontecer nacional; la época de la Revolución que se inicia a raíz de la inestabilidad política se inicia cuando los Maderistas declaran nulas las elecciones y hacen un llamado al pueblo mexicano para que se levante en armas el 20 de noviembre de 1910. Sin embargo, en San José del Cabo se inicia el movimiento revolucionario sólo después del 22 de febrero de 1913, cuando es asesinado Francisco Madero siendo Presidente. Con la Revolución, a partir de la Constitución de 1917, se instalan nuevas formas de organización, para la integración política, económica, social, cultural y administrativa de México. Para entonces, siguiendo el sistema definido después de la invasión norteamericana, que establecía en la Península la división en dos sectores: Baja California Norte y Baja California Sur, dentro de sus nuevas facultades los ayuntamientos pudieron legislar y regular sus presupuestos y recursos con el fin de apoyarse en sus necesidades. Actualmente el Estado de Baja California Sur está dividido en cuatro municipios: Mulegé, Comondú, La Paz y Los Cabos. Si me preguntas cuál es nuestra mayor entrada de recursos, o si me preguntas dónde reside nuestra mayor riqueza, mi respuesta es la misma: el turismo. Lo que podemos ofrecer a un visitante no existe en otro lugar del planeta”.
   Caminar por Los Cabos es como andar sobre el lomo de un animal vivo. En la Plaza Principal dominan los trabajos de remodelación de la actual Catedral de San José, que fue destruida por un ciclón en 1918. Converso con doña María Jesús González viuda de Maldonado, que nació en San José del Cabo y ha vivido siempre acá: “Desde que tengo uso de razón la Iglesia está en construcción. No ha hecho falta terminada ni ha sido imprescindible la falta de cura en largas épocas; igual nos reunimos para alabar a Dios aquí, en el sitio que una vez quedó vacío después que el viento arrancó las cosas de la tierra. Yo suelo venir el día domingo, pero nosotros no somos gentes de iglesia, aquí somos gente de trabajo de campo, de mar, donde uno se comunica directamente con Dios. Mi difunto esposo, que trabajó en la construcción de la carretera que unió La Paz con San José, que era un hombre de trabajo de sol a sol, decía que esta costumbre nuestra de ser gentes “de poca iglesia” nos viene desde la época de las misiones, cuando los curas que llegaban tenían que trabajar con el azadón, la pala o la red de mar, porque había poco tiempo para el rezo. Yo también soy de las que creo que no basta con rezar. Por eso, lo común es que desde que tenemos uso de razón hemos visto la catedral a medio terminar. Yo no alcancé a conocer la anterior, pero decían mis padres que también estaba a medio terminar cuando se la llevó el ciclón. Mi abuelo, de nombre José María González Cota, nos contaba que fue testigo de las injusticias que cometieron en la zona los gringos. El conoció a Salomón Pico, que fue un heroico hombre que defendía a nuestros compatriotas y que adquirió fama de bandido porque solía llevar en el pescuezo de su caballo un collar con orejas de gringos. También conoció a Joaquín Murieta. Mi abuelo siendo joven se incorporó a las filas maderistas durante la Revolución, a las órdenes del general Maclovio Herrera en Nuevo León; nos contaba que fue compañero de Ambrosio Cosio, que en una ocasión en combate se auto hirió al explotar la culata de su carabina 30-30, suceso del que deriva el dicho de “la carabina de Ambrosio”. Mi padre también creía más en las prioridades de las cosas de la tierra antes que las del cielo; el tenía compadres y ahijados en todos los ranchos de la región”.
   Alrededor de la plaza arbolada, junto a la iglesia se ven algunas casas de aire colonial que componen una atmósfera acogedora; en todo el centro se encuentran negocios de ropa y artesanías, galerías de arte y restaurantes. En el recorrido por esta hermosa e histórica ciudad de San José del Cabo se puede visitar la Casa de la Cultura, el Palacio Municipal, el Jardín del Arte y, desde luego la zona comercial con sus tiendas y bazares. El coral negro y las perlas cultivadas son lo más buscado por los turistas. Por las noches se impone un clima de pueblo tranquilo y de cena con velas. Cuenta también con playas muy bellas, como Costa Azul, Santa María y Punta Palmilla, ideales para deportes competitivos como el wind surf, y otros que se ven practicando todo el año en sus playas, a un kilómetro del centro, amplias y surcadas por suaves cerros. Los amaneceres son de una calma maravillosa. En las mañanas, cuando el sol empieza a asomar desde el mar, bandadas de pelícanos vuelan en formación hacia el norte. Cuando el sol se pone detrás de los cerros, regresan ordenadamente en dirección contraria. San José del Cabo invita a permanecer y a detenerse simplemente a contemplar las bondades de la naturaleza.
   He estado un mes en casa de mis parientes de uno y otro punto de Los Cabos. Es una dificultad extrema enumerar siquiera lo que vi. Cuánto hay que ver, cuánto hay que paladear, cuántos caminos con su propio sentido, abiertos a la belleza, a la meditación, a la libertad; la naturaleza nos enfrenta a nosotros mismos, vuelca a nuestro interior la estética propia de cada lugar que visitamos. He vivido más que nada en Cabo San Lucas, el más sureño de toda Baja: sus gentes son quienes inventaron el licor de "Damiana", una planta de lo más olorosa que existe.
   Vecina del lugar es doña Lupita Pintado de Alvarado, que tiene siempre tortillas humeantes, huevos frescos y exquisito atole de tamarindo con nueces, que usa leche de vaca verdadera, famosa en Los Cabos porque salió en un popular comercial gringo, que sabe de los alimentos “light” y los alimentos “down”, porque siempre llegaron muchos gringos a Baja y de tanto hablar se aprende, “porque las cosas se cultivan cuando deben cultivarse y no se puede cosechar sin haber sembrado”. Así es que, decidido en relacionarme más al sitio y no anotar aquí sólo lo que puede ver alguien de paso, buscando una perspectiva local es que hablo de ella, como visitante de su comedor, pulcro e iluminado, en lo alto de su casa construida modestamente pero muy sólida, justo donde acaba la tierra antes de “las aguas buenas para la ballena azul”, al extremo Sur de esta Ciudad de Cabo San Lucas. De doña Lupita uno aprende cosas que sólo se saben en la zona, usos y costumbres de las gentes del lugar, que su cocina es como ninguna y lo mismo puede enviarla a domicilio que para eso la lleva en un instante su esposo: "Con mi Robert nos conocimos el 14 de abril de 1924, y nunca más nos separamos". Juntos atienden su comedor, levantado con sacrificios que dejaron atrás tiempos malos. Una numerosa colonia de lobos marinos tiene su hogar justo frente donde han ubicado el comedor para turistas con vista a los mares. Ellos son vecinos distinguidos, su vida entera ha sido una entrega al servicio de la comunidad a la que han apoyado formando parte de todos los comités que se han organizado para mejoras de la comunidad de Cabo San Lucas (Pro-Agua Potable, Pro-Luz eléctrica, Pro-Oficina de correos, Pro-Ambulancia del Centro de Salud...) Cuenta que luego de establecerse con su esposo, Roberto Alvarado, cuando habían logrado levantar su hogar, el mar arrasó con su casa en 1941: “Pero el Robert me salió bueno. La construyó más fuerte y sólida desde sus cimientos, y no deja pasar las aguas bravas. Este comedor lo formamos de a poco, desde que mi Robert se hizo carbonero cuando no pudo trabajar más de ballenero, cuando vino la prohibición de su pesca, pero vemos pasar barcos especialmente japoneses y lo mismo las matan, rapidito las suben y siguen navegando. Nosotros ahora sabemos la necesidad que hay de preservar la ballena, mi Robert paso de ser su pescador a lo que es ahora: su mayor defensor. Como yo misma lo soy”.
   Ella está preocupada por la gran cantidad de ballenas que ahora último pierden su “radar de orientación” y mueren a la orilla del mar. Doña Lupita sabe mucho de las ballenas, estas enormes masas que veo en el mar, algunas de casi treinta toneladas o más, color azul o gris oscuro en la parte dorsal y blanco en la abdominal. Se asoman entre las olas, imponentes. Los machos brincan hasta tres metros de altura para que las hembras observen su virilidad, su fuerza. Y las atraen con su canto. Así comienza el cortejo y después sucede el apareamiento, que ocurre de diciembre a marzo de cada año. La acción de alimentarse queda a un lado. “Lo importante es el amor”, dice doña Lupita. Con ayuda de ellos he observado más de cuarenta ballenas, que ella reconoce cada una por sus características; son sus viejas conocidas: “Por algo una ha sido toda la vida mujer de hombre que fue marino, mi Robert dice que él salió del vientre de una ballena, y puede ser porque nunca le conocí familia. El me enseñó todo lo que sé de las ballenas, y una misma aprende a puro “look”. A ver, mi Robert, enséñele algo al joven, dígale de ballenas..."
   El hombre maduro, muy amable, sonríe divertido a su mujer, y nos cuenta: “Cada ballena tiene una cola diferente, su aleta dorsal es como su huella digital. Las manchas en una, lo alargado de la otra, la forma de amplio abanico de aquélla, son los sellos particulares de cada cuál. Por estas señas se sabe si son los mismos ejemplares que arribaron el año pasado o si se trata de otras que llegan por primera vez. La hembra es más grande que el macho, que es muy activo. La hembra mide unos 16 metros de largo, y los machos tienen un metro menos. Viven de 60 a 70 años, y comienzan a “encariñarse” cuando las hembras cuentan con ocho años y 12 metros de largo, y los machos alcanzan unos 10 años y 11 metros de largo. Cuando quiere la cosa, el macho emite su canto para enfatizar su presencia, delimitar su zona y retar. Otros machos responden a este llamado y se acercan. Así comienza la carrera por demostrar quién es más hábil. De pronto salen disparados cinco o seis machos: nadan muy pegados, aleta con aleta, en la misma dirección. En esta prueba, en que también se permiten empelloncitos, no gana el más grande sino el más ágil, el que mejor se desplaza en el agua.”
   “¿Quieres saber cuál es el premio? -dice doña Lupita- El premio es el apareamiento con tres hembras. El macho que llegue en segundo lugar, podrá copular con dos; el que arribe después, con una. La hembra permanece receptiva al apareamiento aproximadamente por 72 horas, por lo que necesita “jugar a la cosa” con varios machos. Puede copular con el macho que llegó en lugar privilegiado en la carrera, y después con otros, hasta agotarse de amor. Pero, cuéntales mi Robert de dónde vienen las ballenas, dile...”
   El hombre, muy bien dispuesto, sigue: “Provienen de las frías aguas del Pacífico norte, del mar de Bering, en Alaska, y de las Islas Farallón, cercanas a San Francisco, arriban estos grupos de ballenas, famosas, entre otros aspectos, por su canto. Viajan aproximadamente 2 mil 500 kilómetros para llegar a México, a esta agua con temperatura de 24 grados centígrados, que eligen para flirtear, aparearse y aumentar su población. El viaje desde los fríos mares del norte no sólo lo realizan los adultos en edad reproductora; también lo llevan a cabo las ballenas jóvenes, que no están todavía en edad de reproducción. Forman grupos, juegan y también coquetean entre ellas, pero por imitación. Recién nacidas, las crías miden unos cuatro metros y pesan más de tres toneladas. Se alimentan de leche durante los primeros meses de vida aquí en Los Cabos, en sesiones de dos horas, chupan por unos segundos y salen a la superficie a respirar. Cuando vuelvan en un año más ya comerán como adultos. Su dieta normal es el krill, el camarón pequeño y microscópicos seres del mar que forman un alimento muy nutritivo, peces chicos, arenques, salmones y bacalaos jóvenes -agrega el hombre, mientras en un gesto protector abraza a su compañera delicadamente-. Se alimentan solo los ballenatos jóvenes, porque los adultos que llegan a Los Cabos no prueban bocado, sólo se alimentan de amor, como nosotros con mi Lupita, con o sin maremotos siempre vivimos este amor nuestro de cada día”.
   Las ballenas son un espectáculo maravilloso. Baja es un lugar extraño y sorprendente. Estrecha franja de tierra con playas de arena clara y montañas que caen al mar. Centros turísticos con glamour cinematográfico, sus legendarias misiones y pueblos mineros abandonados se combinan en un paisaje sembrado de sol y su propio aroma. Las playas parecen sacadas de una película. La arena fina y suave se escurre entre los dedos en partícula blancas y doradas. El mar azul y el cielo completamente abierto parecen eternos. Es un estado que difiere en muchos aspectos con el resto de México, como la ausencia total de construcciones prehispánicas, recordemos que ya no pertenece a la zona nuclear de lo definido por Mesoamérica. Los únicos vestigios de su pasado fabuloso están en sus Pinturas Rupestres, y no necesita más para ofrecer al turista esto excepcional, cómplice de algo más alto. Junto con un clima donde casi nunca llueve, los desiertos que anuncian las montañas cargadas de cactus son la escenografía perfecta de un paisaje californiano. Se ha sumado todo al condimento que le dan numerosos contingentes de visitantes provenientes de USA, de todas las edades, con muchos de ellos viviendo a la gringa aquí en sus campers, imprimiendo su idiosincrasia particular. De esta especial mezcla entre lo mexicano y lo norteamericano, con las bellezas naturales de fondo, surge el estilo del corredor de Los Cabos.

(c) Waldemar Verdugo Fuentes.